Boletín Especial 2
Dios también tiene conexiones que asustan bastante. En Norteamérica, donde todo hombre es igual ante su presencia, si no entre cada uno, la familia Bush tiene un presidente, un ex-presidente, un ex-cabecilla de la CIA, el gobernador de Florida y el ex-gobernador de Texas.
¿Quieren unas claves? George W. Bush, 1978-84: alto ejecutivo de Arbusto Energy/Bush Exploration, una compañía petrolera; 1986-90 alto ejecutivo de la compañía petrolera Harken. Dick Cheney, 1995-2000: Gerente General Ejecutivo de la compañía petrolera Halliburton. Condoleezza Rice, 1991-2000: alta ejecutiva con la compañía petrolera Chevron, la cual nombró un buque petrolero en su honor. Entre otras cosas más. Pero ninguna de estas asociaciones triviales afectan la integridad del trabajo de Dios.
En 1993, mientras el ex-presidente George Bush visitaba el cada-día-más democrático reino de Kuwait para recibir las gracias por su liberación, alguien lo trató de asesinar. La CIA piensa que ese “alguien” fue Saddam. Por ende el lloro de Bush Junior: “Ese hombre trató de matar a mi papi”. Pero aún así esta guerra no es personal. Todavía es necesaria. Todavía es el trabajo de Dios. Todavía es acerca de traer la libertad y la democracia al oprimido pueblo iraquí.
Para ser un miembro del team uno debe creer en el bien absoluto y el mal absoluto, y Bush, con mucha ayuda de sus amigos, su familia y Dios, está allí para decirnos cuál es cuál. Lo que Bush no nos dice es la verdad acerca de porqué vamos a la guerra. Lo que está en juego no es el “Eje del Mal” – sino el petróleo, el dinero y la vida de personas. La mala suerte de Saddam es de estar sentado sobre el segundo más grande campo petrolero en el mundo. Bush lo quiere, y quien lo ayuda recibirá una parte de la torta. Y quien no ayuda, nada.
Si Saddam no tuviera el petróleo, él pudiera torturar a sus ciudadanos a todo gusto. Otros líderes lo hacen todos los días – piensen en Arabia Saudita, piensen en Pakistán, piensen en Turquía, piensen en Siria, piensen en Egipto.
Bagdad no representa ningún claro y presente peligro a sus vecinos, y ninguno a los EE.UU. o a Gran Bretaña. Las armas de destrucción masiva de Saddam, si aún las tiene, son piedritas comparadas con las cosas que Israel y los EE.UU. le pueden lanzar en sólo cinco minutos. Lo que está en juego no es una amenaza inminente militar o terrorista, sino el imperativo del crecimiento económico de los EE.UU. Lo que está en juego es la necesidad de los EE.UU. de demostrar su poder militar a todos nosotros – a Europa y Rusia y China, y a la pobre demente de Corea del Norte, como también al Medio Oriente; a demostrar quién gobierna los EE.UU. en la tierra madre, y quién es gobernado por los EE.UU. en el extranjero.