Boletín Especial 2

Uno, quien es el más “importante” de EE.UU., en complicidad con sus supuestamente “limpios” asesores, sin sentir el más mínimo remordimiento sabe experta e hipócritamente engañar a las personas con florecientes promesas de fantasía, con millones de dólares que supuestamente pronto deberán ser empleados para el bien de la así llamada gente pequeña. De esa manera se pretende arrastrar a pueblos enteros – bajo la dirección del sediento de poder mundial, el presidente norteamericano George W. Bush y junto con todos los que siguen devotamente a ese gobierno y confían en él ciegamente – y se persigue encarrilar deliberadamente a toda una humanidad hacia la destrucción mortal; hacia un camino que puede terminar derretido por vientos ardientes y ser solo difícilmente reparable, y que puede destruir a largo o corto plazo, uno o dos tercios de la Tierra, el cual podría acabar siendo en muchas partes un planeta desértico, infértil y contaminado por muchos siglos.

Ya desde tiempos pasados, los gobiernos norteamericanos no titubeaban cuando se trataba de agrandar el imperio norteamericano con verdaderamente todos los medios y administrarlo “con amor cristiano”.

Pienso con verdadera conmoción y un sentimiento de vergüenza muy profundo en la era de la exterminación de los Indios, también en las atroces fechorías de los gobiernos norteamericanos de todos los tiempos, los que ordenaron enormes masacres de seres humanos y de millones y millones de animales salvajes de pastura (p. ej. los búfalos) para incrementar su reino en miles de kilómetros cuadrados, y como fue dicho, a cualquier precio. Pienso también en los miles de Vietnameses – hombres, mujeres, niños e infantes, quienes por órdenes supremas de un irresponsable gobierno norteamericano debieron perder sus vidas verdaderamente por ninguna razón y en forma atroz en los fuegos de Napalm y en la lluvia de balas de la embrutecida armada norteamericana. Pienso también con espanto en aquella época de las pruebas norteamericanas de bombas atómicas y sus muchísimas víctimas mortalmente contaminadas, seres humanos, animales y el medio ambiente; cuando las inevitables preguntas de los ciudadanos norteamericanos a su gobierno sobre la necesidad de las acciones eran contestadas con arrogantes evasivas.

Realmente es un secreto público que el gobierno norteamericano, como resultado de intensas actividades de los servicios secretos y sus informaciones, sabía exactamente cuándo los bombarderos japoneses atacarían Pearl Harbor – y por razones demenciales e irresponsablemente asesinas y destructoras y de acuerdo a un plan muy bien calculado del gobierno norteamericano, no emprendió nada, de modo que al no advertirlos, dejaron morir a su propia gente miserablemente bajo las bombas y las balas de los pilotos que estaban dispuestos a todo – por un precio muy alto en sangre.