«Debe haber castigo...»

Y tales miedosos, haraganes, y cobardes, chillones, debiluchos y quejosos se hacen rápidamente en los pantalones cuando les toca en su propio cuero. Sus actitudes prepotentes existen sólo mientras están en el poder y pueden usarlo sin escrúpulos. Y ese poder lo utilizan para vejar y asesinar al prójimo.

Así, mandan a ejecutar a otros que han cometido delitos, asesinatos y acciones criminales en menor medida, mientras que ellos mismos están protegidos por la ley y por la demencia del pueblo que los aclama. Y en muchos casos son también ellos quienes, al lado de otros en posiciones de poder, se apoderan injustamente de inmensas sumas de dinero, sin que se les persiga o castigue jamás. Y muy a menudo usan su dinero obtenido en forma indebida para dirigir injustas y fraudulentas campañas de elección para llegar al timón de un gobierno. Sin embargo, por otro lado, aquél que por necesidad y desesperación roba algo de dinero o algo para comer, por necesidad y desesperación, para alimentarse a sí mismo o a su familia, es esposado y humillado en público, mientras que los verdaderos criminales son alabados grandiosamente. Uno puede verlo como quiera, pero la verdad es que cualquier ser humano que apoya estas cosas y maquinaciones es un criminal, por lo tanto toda persona que diga sí y amén a esto debería ser castigada por ello. En este caso no se puede hablar de un potencial acto delictivo, pues un apoyo significa un crimen de facto con respecto al amor, a la libertad, a la paz y a la armonía de las personas. Y la verdad es que éstos que son encarcelados no son peores que todos los demás en su interior. De hecho, son seres humanos como todos los demás, si es que no son criminales violentos de notoriedad. Ellos son seres humanos que simplemente sucumbieron ante alguna ceguera o avaricia, ante su rabia y sus celos, su afán por el lujo o el cumplimiento de un deseo, una adicción o un vicio, etc., de lo cual, en última instancia, sufren todas las personas que no pueden controlarse a sí mismos hasta en el último detalle de su personalidad. De ese modo, el uno sufre de estas cosas más que el otro, pero cada uno necesita ayuda. Por lo tanto es el deber de las personas ayudarse mutuamente, tratando a cada uno tal como le corresponde, como un ser humano.