Armas, falsa educación, matar, guerra

Y tales seres humanos son también los que en su posesión de armas, se sienten invulnerables, puesto que están dominados de pensamientos y sentimientos que provocan en ellos una embriaguez y ponen fuera de función todos los mecanismos de control cerebrales. Por lo tanto, un arma en la mano de un ser humano que tiene la voluntad de matar y que en consecuencia no se puede controlar extensamente en forma neutral en lo referente a sus pensamientos y sentimientos, provoca el efecto de que este ya no sea capaz de pensar claramente, ya que le están trabajando a toda marcha las áreas de su cerebro que son de percepción y de fría evaluación. Mientras que, al mismo tiempo, se le paralizan por la fuerza los centros emocionales, como la amígdala en la zona central del cerebro, a través de lo cual la inhibición para matar es superada más que nunca.
El factor de la inhibición se le ha dado por naturaleza al ser humano, y por tanto ya existe tan viejísimo como el ser humano. Pero puesto que posee una libre voluntad y todo lo puede determinar por sí mismo, el factor inhibidor de matar, por tanto, no es insuperable para él. Tal como se ha dicho, por naturaleza, hay una innata inhibición para matar anclada en la parte anterior del cerebro humano. Esta inhibición está aproximadamente en la misma zona que le da al ser humano su naturaleza humana y que es responsable para los conceptos abstractos así como para la ética y la sensatez. Pero la inhibición para matar alcanza también las más profundas capas del cerebro, donde por ejemplo son provocados impulsos como miedo, agresión y estímulos eróticos.
El umbral natural de la inhibición a matar, puede ser sobrepasado por el ser humano tanto en forma de arrebato como a través de celos, miedo, peligro, odio, malicia, trastornos de conducta psíquica, venganza y desquite así como también a través de un entrenamiento por medio de juegos electrónicos que incitan a matar, el ‘matar’ a objetos que imitan a humanos, o los entrenamientos militares para matar. A través de esta constante repetición de semejantes procesos surge al final un automatismo para matar a través del que se neutraliza y desconecta la inhibición a matar. Los juegos de matar electrónicos y otras cosas por el estilo, así como los adiestramientos militares hacen que el ser humano se degenere matando en una especie de reflejo y que finalmente se convierta en un asesino a sangre fría. Semejantes juegos y adiestramientos militares, como desde luego también los filmes y espectáculos correspondientes, etc., conducen, en algún momento, a que la motricidad elemental se dirija tan sólo desde el tronco cerebral. Esto es el caso muy especialmente con personas jóvenes, pero cada vez más en aquellos que se sienten en su vida indefensos, perjudicados o menospreciados. En el enfermo mundo de su psique, sus pensamientos y sentimientos se imaginan entonces ser héroes triunfadores, cuando matan a sus prójimos.