La Misión
- ¿Qué se debe decir a aquellas personas que creen en un Dios, o incluso en muchos dioses, o en santos y ángeles guardianes, etc.?
Nuestra enseñanza de la verdad no aspira destruir las religiones y sectas o cualquier creencia en una persona, pues para nosotros vale la regla de ser tolerantes y no misionar. Por nuestra parte, nosotros nunca nos acercamos a los miembros de una religión o secta para convertirlos a nuestras enseñanzas. Nuestro lema es que cada persona debe ser feliz con la creencia o el conocimiento que ella practica. Por lo tanto, si una persona cree en un Dios o en un ángel protector, etc., nosotros no buscamos quitarle esa creencia. Nosotros sólo actuamos cuando las personas vienen y preguntan acerca de nuestra enseñanza y nuestro conocimiento. Únicamente de esa manera ofrecemos información.
A pesar de que no misionamos, de todos modos es nuestro deber diseminar la verdad sobre las religiones y sectas, lo cual hacemos exclusivamente en nuestros escritos, que entregamos o vendemos a los interesados. Estos interesados, por otra parte, nos buscan por decisión propia, sin que se les moleste por parte nuestra en forma misionera, y naturalmente a sus preguntas les damos todas las respuestas y clarificaciones pertinentes que deseen, etc. Estas conducen naturalmente, como dice nuestra enseñanza, a que el ser humano nunca debe creer, sino que debe reconocer y ver la verdad.
A todos los interesados se les debe explicar que la creencia causa la dependencia e incluso la esclavitud, y a menudo lleva al fanatismo, y de esa manera no tan sólo se limita la libertad del pensamiento, sino que también se la prohíbe y destruye. Si el ser humano quiere ser realmente libre, entonces tiene que disponer de su propia libertad de pensamiento, mediante la cual él mismo puede decidir sobre todo y cada cosa, sin tener miedo de que la “espada de Damocles” de un Dios supuestamente amoroso, pero en realidad punitivo y por lo tanto vengativo, esté colgando sobre su cabeza y le pueda caer encima. El ser humano debe ser libre de tal forma que pueda tomar todas sus decisiones y realizar también todas sus acciones en responsabilidad absolutamente propia, sin tener que pedir permiso primero a un Dios, o a un espíritu protector o a Jesucristo, etc., o sin preguntar si algo está bien o mal, puesto que estos personajes imaginarios supuestamente fijan la norma para ello y tienen la responsabilidad de ello.
La verdad es que el mismo ser humano, siempre y en todo caso, tiene la responsabilidad, o sea por todos sus pensamientos, sentimientos, opiniones, ideas y acciones. De esta forma, él también debe decidir constantemente sobre lo bueno o lo malo, o lo negativo o positivo de algo, y precisamente para esto, él necesita la libertad absoluta del pensamiento y de la decisión, sin que poderes imaginarios le den instrucciones o puedan entrometerse de alguna manera en su libertad y en sus decisiones. De esto resulta también que el ser humano debe conocer la verdad y que el conocimiento es un requerimiento esencial para que él pueda decidir por sí mismo. Sin embargo, es justamente este conocimiento lo que las religiones y las sectas ahogan. El conocimiento significa el poder, y precisamente esto es lo que quieren tener y utilizar las religiones y las sectas para sacar lucro de ello. Las personas a las que se les retiene el conocimiento se vuelven crédulas y caen víctimas de las religiones y de las sectas, caen en una servil sumisión, y pierden tanto, la libertad de pensar, como también la libertad de decisión y la libertad en general. De esta manera, pierden también, entre otras cosas, la tolerancia ante otras personas, así como también ante otras formas de vivir y otras formas de pensar, y se vuelven tan aferradas a sus creencias que se enfurecen cuando personas que creen en otras cosas, o simplemente personas que tienen otra opinión ven sus creencias con una actitud crítica. Sin embargo, es justamente la tolerancia entre el ser humano lo que es necesario si el ser humano quiere vivir y entenderse con otros en amor y armonía. Pero para esto, él no necesita ninguna creencia, sino la verdad y la certeza de que ante la naturaleza y la omnipotencia de la Creación, todos los seres humanos son iguales, sin importar qué o cómo sean, sin importar su raza, el color de su piel o su nacionalidad, y sin importar si son cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, budistas, confucionistas o algún sectario disparatado o si son ricos o pobres.