Lucha Contra la Superpoblación

Él simplemente se sitúa por encima de todas las cosas por considerarse sin errores y sin culpas, de modo que no tolera la verdad y se rebela contra ella, ya que esa verdad no surge de su propia y a su vez equivocada opinión. Realmente esta forma de actuar y proceder no es más que una pestilente cobardía que provoca un nauseabundo malestar en cada uno que tan sólo sea capaz de razonar medianamente con cordura.
Ya desde antaño la verdad sonaba dura, de modo que el verdadero amor, el amor al prójimo, el amor humanitario, son igualmente duros, porque todos conjuntamente exigen del ser humano un razonar y un proceder lógico. También en relación a la erradicación del grave problema que acosa a los seres humanos, la lógica dicta que única y exclusivamente mediante una reducción a través de drásticos controles de natalidad pueden suprimirse los inmensos males existentes, y dicta que no debería prestarse ayuda inhumana.
Las leyes de la naturaleza también tienen vigencia para los habitantes de la Tierra, como puede reconocer fácilmente cada persona capaz de ver: si hay una región aquí o allá donde una especie animal aumenta repentinamente su población y corre el peligro de que dicha región no pueda nutrir esta acrecentada proliferación, entonces aparecen epidemias que vuelven a eliminar esta superpoblación de animales. También ocurre en estos casos que el exceso de la población simplemente muere de hambre, o al estar debilitado por falta de alimento, es presa fácil de sus enemigos naturales. Así la naturaleza preserva la población natural, causando que cada zona albergue justo la cantidad de fauna que es capaz de alimentar. Sólo el ser humano, siendo capaz de pensar, actúa en contradicción a esta ley natural y la pisotea. Contrariamente a la fauna, él genera descendientes en cantidades desbordantes, y desde hace tiempo las regiones productoras que abastecen alimentos se hallan superpobladas, de modo que el ser humano no puede cultivar suficientemente ni encontrar sustento. Por otro lado, las personas se han aglomerado en manadas de millones en ciudades que alguna vez fueron construidas sobre tierras fértiles, y actualmente obtienen productos alimenticios desde todos los lugares (sin siquiera poner un dedo en el cultivo, el cuidado y la cosecha) donde todavía hay tierras libres para el cultivo de huertas y la agricultura.
El hombre de la Tierra se considera la corona de la Creación, y por ello se toma el insensato derecho de creer, que por su poder de razonamiento, está por encima de todas las cosas y tiene el derecho de superpoblar el planeta y de permitirse ignorar y pisotear todas las leyes y mandamientos de la naturaleza. Con estos delirios de grandeza él ya se ha vuelto tan inhumano, tan carente de amor al prójimo y tan demente, que todo se ha degenerado en una cobardía sin límites.