Boletín Especial 7

Ahora, sea la guerra o el propio terrorismo – al final, ambos son lo mismo –, con la religión y el buen Dios de respaldo, se puede llevar a cabo el asesinato y la destrucción más fácilmente. Si en nombre de la religión se destruye, se roba, se comete pillaje, se aniquila, se tortura, se masacra, se mata y se asesina, entonces todo se consigue mucho más fácil y más desalmadamente que en nombre del petróleo norteamericano o del petróleo británico, etc. En general, se ha propagado en el mundo y en la mayoría de los terrestres la demente obsesión y la errada creencia que es mucho más fácil morir y derramar la sangre y soportar dolor y aceptar a cambio la muerte, cuando se lucha por la religión y por Dios, como también por los santos. Y cuando están mezclados en esto el odio y la venganza, como también el fanatismo desbordado, entonces la injusticia, la desgracia y la demencia ya no se pueden contrarrestar. Invocando la mano de Dios se puede matar, robar, torturar, violar y explotar sin escrúpulos y ejercer el poder sin límite. Sin embargo, aún con Dios, al fin y al cabo cada persona asesinada está muerta como un ratón, enviada al más allá en forma brutal, inhumana y malvada. ¿Pero qué sucede con los asesinos que torturan o aniquilan a incontables personas por encargo y en nombre de su sediento-de-poder y asesino jefe de estado o jefe terrorista o comandante o Dios? Ellos se frotan las manos, brillando por sus actos homicidas, sus robos, su pillaje y sus violaciones y pueden seguir sus vidas con una conciencia completamente tranquila y en paz y pueden dormir bien sin pesadillas. Y cuando personas inexpertas creen todos los mimos sectarios del presidente norteamericano Bush y del primer ministro británico Blair y creen en sus mentiras, que el señor Dios ordenó la guerra y que éstos dos responsables y sus cohortes están listos a presentarse ante un “juez divino” para dar cuentas – sin importar qué idiota o demente sea este supuesto “juez divino” – entonces no están bien de los cabales o aún en un nivel en el que pudieran andar colgados de las manos de rama en rama con los monos.

Ambos, tanto Bush como Blair, gozan del brillo y se ponen bajo una luz brillante, de hecho, su hablar sectario es tan vibrante, que incluso al incrédulo Papa le saldrían las lágrimas y les rodarían sobre las mejillas.