Boletín Especial 6

Al hablar de la guerra de Irak, también se habla de una guerra injustificada – como si existieran guerras justificadas. Solo actos de defensa propia pueden justificar en cierta medida un lógico uso de la violencia, pero nunca se justifica una guerra.

Todo apoyo de una guerra, sea por motivos políticos, sea por motivos económicos – pues de esto se trata por lo regular – es un crimen en contra de la humanidad, igual que la puesta en marcha y el ejercicio de una guerra puramente religiosa. Sin embargo, las acciones criminales no son sólo propias de los poderosos mandatarios, sino también de aquellos quienes apoyan a estados beligerantes como los Estados Unidos, cobardemente y buscando ser favorecidos, esperando como los buitres al lado del camino que la superpotencia les arroje una migaja del botín: Aznar, Blair y otros “lamebotas”.

El vaquero con apariencia santurrona y mentalidad de ku-klux-klan que gusta de agitar las armas, George W. (W como de “Warhead”= cabeza de misil), por fuerza de su cínica arrogancia sin límites y en su ya proverbial estupidez, ha olvidado algo en su concepto del “eje del mal”, a saber, a sí mismo y a los demás poderosos del gobierno de los EE.UU., así como a aquellos que invisiblemente mueven desde atrás los hilos y ya han sacado sus garras avaras de poder y de riqueza, para pisotear el mundo entero bajo sus botas.

Ellos justifican sus actos bélicos y terroristas con supuestas razones de armas de destrucción masiva, las cuales hasta el momento sólo han resultado ser afirmaciones carentes de prueba. Esto es el resultado de una demencia obsesionada por el poder, de una megalomanía y locura sin igual, así como de expresiones del fundamentalismo religioso-fanático, donde CADA UNO de los causantes de la violencia – o sea, tanto Bush como los criados por los EE.UU.: Saddam y Osama, - afirman tener el derecho, en el nombre de su respectivo dios, de presumir de autonombrado ángel de la venganza y de la justicia, de poder utilizar una violencia malévola y asesina y de tener que combatir, en el nombre y por orden de Dios o de Alá a su odiado enemigo que es declarado como “malo”.