Boletín Especial 11

Séquito de culto para el crítico.

Durante su tiempo en la Casa Blanca no había ningún flujo libre de ideas o intercambio de opiniones, añade O’Neill. Las sesiones del gabinete, afirma O’Neill, las había dirigido Bush de una manera que llamaba la atención por su ausencia de participación. Todo aquello en que los ministros hubieran podido apoyarse eran solo “conjeturas”; “lo que el presidente podría pensar”. Muchas veces tenían que pasar sus ideas a la prensa solo para provocar una reacción de Bush.

La mayoría de las decisiones eran dirigidas por el vicepresidente Dick Cheney y sus paladines – “Una guardia pretoriana en torno al presidente”. Esto lo experimentó O’Neill en carne propia con el delicado tema de la rebaja de impuestos. En una reunión ante el congreso, entre elecciones a finales del año 2002, los ministros hablaron contra recortes adicionales, pues éstos aumentarían el déficit aún más. Entonces Cheney lo interrumpió: “Sabes Paul, Reagan demostró que los déficits no son importantes. Nosotros hemos ganado la elección y esto es lo que queremos.” Habiendo sido callado, O’Neill accedió. Los recortes de impuestos entraron en vigor.

Fue su creciente malestar lo que le costó al ministro finalmente su puesto. O’Neill era cada vez menos reservado con sus críticas y se distanciaba públicamente del lenguaje acordado. ”Tú tienes unos buenos prosélitos de culto”, le dijo Bush un día, solo a medio bromear, y lo llamó desde entonces “The Big O”. (El Gran O). Cuando O’Neill objetó nuevamente las rebajas de impuestos durante una reunión de gabinete a finales de 2002, su destino fue sellado.