Boletín Especial 10

Sin embargo, sus empleados terrestres desobedecen en forma inequívoca las supuestas infalibles y divinas instrucciones, puesto que, con toda evidencia, no se preocupan ni pizca de las leyes y mandamientos que él les dejó. Y como si los señores curas y obispos estuvieran conscientes de la no-existencia divina, precisamente por eso, muchos de ellos en su falsa y perversa forma de pensar se entregan al vil, a todos los posibles vicios sexuales y a los extravíos y libidinosas perversiones. En su indescriptible codicia sexual a que les conduce su celibato, un ejército de párrocos, obispos y caciques de iglesia que ya no pasa inadvertido, llega hasta tal extremo que delinquen de forma irrespetuosa e imperdonable con niños inocentes. Se desahogan con sus víctimas de la peor forma, con violencia, opresión, amenazas y los degradan sin escrúpulos con las más perversas prácticas sexuales, sin reparar en el psique, la conciencia y la vida de esos niños.

Todo esto sucede con total evidencia bajo los ojos de los superiores eclesiásticos quienes extienden su mano bendiciendo en forma protectora estas intrigas. Un hecho que en los tiempos actuales ha sido recogido y divulgado con frecuencia en los medios de comunicación. Ante la pregunta sobre el reconocimiento de la igualdad de las parejas homosexuales y lesbianas, la iglesia oficialmente aconseja continencia. Hipócritamente asevera que “hay caminos de continencia que enriquecen la existencia humana”. De forma indescriptiblemente paradójica, se divulgan tales consejos santurrones y pseudo verdades por parte de una institución capitalista billonaria que es capaz de demostrar cualquier cosa menos continencia y que pocos siglos atrás dirigía en Roma el burdel más grande de Europa.

Ante la manifestación de los obispos que “la decisión formal de vivir sin continencia hace inadecuado el servicio a la iglesia” se le subirían los colores de vergüenza a cualquier persona amante de la verdad. Evidentemente apenas se podría formular una excusa para disimular el propio fracaso de los caciques de la iglesia. Si tal afirmación fuera seguida estrictamente por la línea eclesiástica, entonces casi no se podría hallar un solo clérigo que fuera adecuado para los cargos de la iglesia. Sin embargo se muestran condescendientes cuando hay conocimiento de agresiones sexuales en sus propias filas. Este hecho en cambio, lo saldan como “dolorosos fallos y fracasos vividos” de los sacerdotes implicados, como debilidad humana y a la vez como un hecho disculpable.

Tal como se sabe, la iglesia nunca ha tenido apuros respecto a excusas; éstas son bellamente formuladas, intelectualmente empaquetadas y aniebladas con soplos de humilde arrepentimiento.