Boletín Especial 10

Aparte de esto, aquellos “eclesiásticos” apenas han entendido, y mucho menos asimilado, el verdadero valor del amor de la Creación. Con excepción de pocos sacerdotes, monjes y monjas verdaderamente honestos, la iglesia tampoco nunca se ha interesado verdaderamente por los sentimientos o la psique de los creyentes. De haber actuado con verdadero respeto y haber experimentado el amor al prójimo, la institución papal seguramente no habría practicado el robo, el terror y la violencia, forzando con su misionar a otras personas de otras creencias y poniéndolas bajo la espada asesina y torturadora de la inquisición.

Para los obispos, el argumento principal contra la bendición de parejas homosexuales por la iglesia es, como ya se mencionó, la procreación: “La sexualidad”, dicen, “está orientada hacia la transferencia de la vida.” La naturaleza produce en abundancia inimaginable. Produce cantidades enormes de frutas y semillas que nunca llegan a fecundar o a producir descendencia alguna. Incluso cuando el hombre y la mujer se unen en un acto de procreación, se llega escasamente a una efectiva procreación de descendencia. Si el supuesto “Querido Dios” realmente tuviera sus manos en esto, tan sólo por su propio beneficio le interesaría que de cada pequeño placer surgiera un “hombrecito” sumiso a él. Pues es muy evidente que, contra la opinión de la iglesia, el acto de la procreación debe tratarse de un pequeño “placer”.

¿Por qué entonces habría implantado el supuesto “Querido Dios” un orgasmo a las criaturas en el transcurso de la procreación, si no fuera por el placer y por la alegría de las formas de vida que se unen sexualmente por causa del placer y de la alegría? En realidad, de acuerdo con la poco profundizada doctrina eclesiástica, los señores párrocos, obispos y todo eclesiástico ordinario, deberían dudar entonces de su propia existencia. Pues ¿no son ellos mismos productos de “frutos prohibidos” – del placer orgásmico de dos seres humanos?

Sin embargo, es evidente que respecto a la procreación de descendencia, el “Querido Dios” tampoco parece tenerlo todo completamente bajo control. ¿Tal vez el Dios de la iglesia es tan astuto que puede reconocer durante el acto de procreación si se está procreando un “pequeño creyente” o un “pobre pecador”?. Aparte del hecho de que este asunto no es de la incumbencia del muy querido Dios, por causa de la privacidad de la pareja amante y la procreación de su descendencia. Además, también sería una indescriptible injusticia y equivocación, si el “querido Dios” impidiera la posible concepción de un ser “no creyente” en casos desfavorables para él mismo. Semejante ataque iría en contra de la tan superalabada y supuestamente otorgada auto responsabilidad de los seres humanos que le atribuyen a él fanfarronamente los obispos y los curas.