Boletín Especial 10

Esto es un hecho que en el fondo no sería reprobable, puesto que el ser humano, con todas sus debilidades y deficiencias que debe reconocer y reparar mediante el aprendizaje y la observación de sí mismo, es un ser muy falible. No obstante, es reprochable que los clérigos responsables y los simples fieles, muestren en primer plano un tejido de mentiras que es deshonesto, hipócrita y evidentemente santurrón. A saber, es aquella aura harapienta de una supuesta infalibilidad y de una ostentada reflexión y pureza superficial con la que ciegan a los que están en su alrededor y también a millones de sus prójimos que les creen ciegamente, previniendo así que vean las degeneraciones dentro de sus propias filas.

De acuerdo a reportajes de la prensa desde 1995, a nivel mundial se han publicado en los medios de comunicación más de 5000 casos de menores que han sido víctimas de abusos por parte de clérigos. Sólo en los Estados Unidos, desde 1960, cerca de 850 sacerdotes han sido acusados de abuso a menores, y 350 de ellos han sido relevados. Frente a esto está la suma de quince mil millones de francos suizos que fue pagada por la iglesia como dinero para comprar el silencio (véase el Tages-Anzeiger del Lunes, 14 de octubre de 2002).

Además, desde hace tiempo ya no es ningún secreto la existencia de instituciones y fondos especiales para el apoyo de madres solteras que fueron embarazadas por párrocos “caídos”. No obstante, el hecho de que la iglesia desmienta esto en forma oficial e imponga el deber de quedarse calladas a muchas madres, deja empequeñecido todo cinismo, es burla de todo sarcasmo y parece una indescriptible desfachatez. La cifra negra de sacerdotes “culpables”, así como la suma total de la cantidad verdaderamente pagada por el silencio probablemente son múltiplos de la cantidad mencionada. El autor de este artículo tiene conocimiento de un caso de este tipo en su propia familia. A mediados de los años cincuenta del siglo veinte una tía lejana, y en aquel entonces muy joven, fue embarazada por un párroco de la región central de Suiza. El niño murió bajo circunstancias inexplicables a la edad de aproximadamente cinco años y la joven mujer fue abandonada miserablemente.

En múltiples ocasiones, los periódicos y los medios de prensa notificaron acerca de las maquinaciones criminales de los sacerdotes y altos jerarcas católicos. Poco a poco, el temor del silencio, el miedo al terror eclesiástico y la supuesta intocabilidad, es quebrantado por personas tenaces, buscadoras y exploradoras.