La Misión

  1. ¿Cómo recibiste el nombre Billy?
  2. Fue en 1964 en Teherán, en Persia, que se llama ahora Irán. Allí conocí a una joven de Los Ángeles, Estados Unidos. Su nombre era Judy Reed. Como yo me vestía como un vaquero, pues la vestimenta me era muy apropiada, ella me comparaba con James Butler Hickock, conocido también como Wild “Billy” Hickock, y desde entonces me llamó “Billy”. El nombre se me pegó a donde quiera que fuera Y se ha mantenido hasta hoy en día.

  3. ¿Cuándo y cómo tuviste tu primera meditación?
  4. Fue a mediados de los años cuarenta, cerca de mi lugar natal, Buelach, en la nave espacial de Sfath y bajo su dirección.

  5. Tú eres un hombre muy cuidadoso cuando se trata de conocer a personas nuevas. ¿Por qué llevas un estilo de vida tan reservado considerando la importante naturaleza de la misión, que tiene que expandirse en todo el mundo?
  6. Al contrario de lo que se dice en repetidas ocasiones, esto ciertamente no es por miedo a los varios intentos de asesinato (21 hasta el año 2005) que ya se han cometido en contra mía. Las razones por las que mantengo una actitud reservada son varias: por un lado, no soy ningún gurú o líder de secta, y por eso no necesito presentarme públicamente para atraer simpatizantes o para que me presenten como santo, pues de ninguna forma lo soy. Por otro lado, yo no quiero dejar que me pongan en un pedestal, pues no soy algo especial ni alguien que goce de ser admirado o contemplado. Yo no soy un objeto de exposición de un zoológico.
    Tampoco me inclino a dejarme entrevistar por periodistas, ya que generalmente buscan sólo la sensación, retorciendo y falsificando la verdad al máximo, y practicando un periodismo sucio y vulgar que está muy lejos de la verdad – o tienen la tendencia de arrastrarlo todo por el lodo, igualmente con mentiras y retorciendo las verdades.
    Para divulgar la enseñanza de la verdad no se necesita un gurú o una secta. Y tampoco se necesita a ningún santo o a ninguna persona que aparezca grandiosamente ante el público. El afán de la publicidad y los delirios de grandeza son igualmente inapropiados como la megalomanía y cosas similares. Más adecuados son la modestia y un estilo de difundir las lecciones que no aspira a acumular seguidores o creyentes, sino que esté modelado de tal forma que sólo las personas que buscan realmente la verdad se sientan correspondidas, y sólo quienes también tienen la voluntad de aprender por su propia iniciativa y por su propio deseo, sin que un gurú o un jefe de secta levante un cetro sobre sus cabezas. Y esto requiere que cada una de estas personas tenga una responsabilidad propia y completa, en todo aspecto, por sí mismo, por sus acciones y su vida, con toda conciencia, sin que detrás haya creencias religiosas o sectarias que requieran que sólo debe creerse todo y que ni se piense, ni investigue ni se decida por si mismo.
    La importancia de la difusión y del cumplimiento de la misión requiere, por lo tanto, que toda persona sea libre, y que en esta libertad, la persona también decida por sí misma acerca de todo y también actúe de esta forma, sin que un gurú, maestro o jefe de secta esté frente a ella, presentándose en público, exigiendo y dándole órdenes. El ser humano debe ser libre en todo aspecto; de este modo, él siempre y en todo caso es responsable por todas las cosas de la vida sin que un dios imaginario, o un gurú, o sacerdote o algún tipo sectario pueda entrometerse. Sólo así el ser humano permanece o se vuelve independiente y puede guiar su vida por sí solo, esto es, cargando su propia responsabilidad. Sin embargo, esta responsabilidad yo se la quitaría a las personas si apareciera y me presentara públicamente, puesto que la gente tiene la peculiar tendencia de elevar inmediatamente a alguien, cuando ese alguien que de alguna manera tenga una cierta importancia, aparece públicamente, sin importar de qué manera lo haga.